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Verdades bajo una vigilancia: Abraham Santibáñez, testigo de la desinformación en dictadura hasta la era digital

Un país que aún recuerda las heridas de hace 51 años, pero la desinformación ha mutado en los últimos años, pero nunca había desaparecido. Abraham Santibáñez, periodista, académico y Premio Nacional de Periodismo 2015, ha sido un testigo privilegiado, aunque muchas veces incómodo, del modo que el poder ha tratado de moldear la verdad. Desde las redacciones censuradas de la dictadura hasta el caos de las redes sociales actuales, Abraham ha dedicado su vida a un oficio que el define como “una pasión al servicio de los demás”.  

Por Lucas Ramírez W.  

“Durante la dictadura, no solo los medios entregaban la información oficial del régimen. Existía toda una maquinaria de rumores, exageraciones, omisiones, pero lo más duro fue la autocensura. Uno aprendía a callar antes de arriesgarse”, recuerda Abraham Santibáñez antes de escribir una noticia.  

Abraham Santibáñez trabajó en medios como Ercilla, Hoy y La Nación en la época de la dictadura militar, pero a su vez, Santibáñez comenta “hubo momentos en que debíamos enviar las noticias a una oficina del gobierno antes de publicarlas. Era humillante, pero permitía ciertas maniobras, ya sabías qué temas no tocar y qué adjetivos evitar”.  

“Lo peor era la autocensura. Uno sabía que cualquier palabra mal puesta podía significar relegación, expulsión o mucho peor, pero también sabías que había que intentar decir algo, aunque fuera entre líneas”, dice Abraham. Aunque en esas condiciones, el margen de maniobra era estrecho. Sin embargo, algunos periodistas encontraron formas de informar sin caer en la sumisión. 

Revistas como Hoy se convirtieron en trincheras informativas, dado que tenían mayor libertad para criticar la política económica que para hablar sobre los derechos humanos. 

El momento que más impactó a Santibáñez fue cubrir el hallazgo de los cadáveres enterrados clandestinamente en Lonquén, en 1978. “Tuve la posibilidad de estar ahí cuando se confirmó todo. Fue una bofetada a la versión oficial, que decía que los desaparecidos estaban en el extranjero viviendo una vida cómoda”, comentaba.  

“La desinformación siempre ha existido”, reflexiona Abraham. “Lo que cambia es su forma, su velocidad y el alcance. Hoy la mentira se viraliza antes de que el periodista pueda verificarla”, agrega. Antes, la gente sabía que podía existir una manipulación desde el Estado. Ahora puede venir de cualquier parte, y con intereses diversos y anónimos. 

Santibáñez traza un paralelismo entre los rumores en las poblaciones durante la dictadura, alimentados por el miedo y la represión. Las fake news actuales, son propagadas por la ansiedad colectiva. De esta misma manera, Abraham afirma “hoy mucha gente vive con la sensación de que salir a la calle es jugarse la vida. Aunque ahí es donde la desinformación explota esos temores”.  

“En redes sociales cualquiera opina, informa o desinforma. Lo peligroso es que muchas personas ya no distinguen entre una fuente confiable con una cuenta anónima. El problema ya no es solo la oferta de noticias falsas, sino que la falta de herramientas críticas del público para lograr identificarlas”, de esta manera es como Abraham hace una comparación de los medios digitales. La cual es una herramienta que fácilmente una persona cualquiera puede aprender a utilizarla y entregar desordenes desinformativos.  

Para Abraham Santibáñez, la ética periodística no es una asignatura más en las escuelas de periodismo. Es, más bien, el núcleo del oficio. “El periodista tiene que desempeñarse a fondo en la búsqueda de la verdad informativa. No la verdad absoluta, pero sí la más verificable, la más responsable”, enfatiza. 

Habla con preocupación del uso indiscriminado de filtraciones en la cobertura actual, dado que el periodista tiene la obligación de verificar toda información que reciba o encuentre. No se puede replicar lo que le llega, debe haber una verificación de por medio. En el caso de decidir utilizar esa información sin chequearla, tendría que explicar el por qué, sin caer en el morbo ni dañar injustamente a otras personas. 

“La enseñanza de la ética dice, debe comenzar mucho antes de las universidades, es algo que debería ser parte de la formación general e incluso desde la básica. Hoy muchos estudiantes se informan exclusivamente por redes sociales, pero ¿Cómo separan la paja del grano si nadie te enseñó?”, reflexiona Abraham sobre cuándo debería comenzar a enseñar la ética.  

Abraham Santibáñez nunca ha visto el periodismo como una plataforma para el lucimiento personal, sino que él lo ve como un oficio a servir. Y concluye con un mensaje para las futuras generaciones, “Ser periodista no es solo tener un micrófono. Es investigar, contrastar, preguntar con respeto, publicar con responsabilidad. Y por, sobre todo, tener pasión, dado que este oficio se ejerce con el corazón”. 

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